sábado, 13 de junio de 2020



    
 ROBERTO GAROL –acordeonista santiagueño

Año 1958
Esta historia es cuando yo tenía 15 años. El “Cría fama y …” ya se daba en mi (Pero no me echaba a dormir) porque divulgándose mi dúctil manejo de la guitarra me llenó de ofrecimientos para tocar y nunca le esquivé a la tarea musical porque por supuesto era todo pago. Para mí era todo un orgullo el ganar mi propio dinero, o sea propia satisfacción ya que no había inconvenientes de índole económico en casa ya que mi padre tenía un buen sueldo.
Por este motivo (el de la fama) un día me vino a buscar un vecino que vivía a una cuadra de casa, yo en calle Buenos Aires al 600 y él en la misma cuadra al 500.Su nombre, Roberto García Olivera tiene que ver con el nombre de su conjunto que se llamaba “Roberto Garol y sus Dados Rojos”.
Rob  tenía el aspecto  de  un empleado bancario o por lo menos tenía la aparencia  de  estar laburando en una  área administrativa, o sea que facha de músico no tenía ya que siempre andaba impecablemente vestido y con unos anteojos de uso permanente que le daban ese aire de no ser músico.
Un día me vino a ver para ofrecerme el integrar su conjunto  y que por supuesto acepté.  Lo bueno que tenía este “caso”, vamos a llamarlo así por lo original, detalles que así lo destacan por los siguientes puntos:
1-No hay (no hubo) ensayo nunca.
2-No hay aviso de tonalidad del tema a tocar. Solo se dice el género (Pasodoble, ranchera, etc)
3-No hay amplificador de sonido porque la mayoría de las actuaciones se dan en lugares que no hay corriente eléctrica, o sea que hay que tocar “a pulmón”.
4-El conjunto puede cambiar de integrantes. Puede venir cualquier instrumento con tal que toque sin parar.
Yo le sugerí a Rob de traer otro guitarrista para dar firmeza rítmica sobre todo cuando no había baterista. Al aceptar mi propuesta lo enganché a mi gran amigo y guitarrista Julio Cárdenas.
Era justo mi acierto, mi pensamiento en la parte de acompañamiento rítmico. Creo que jamás vino un baterista en todas las actuaciones que hicimos. Además creo que un baterista con todos sus “tachos” jamás entraría en un automóvil (de Rob) a pesar de que en aquella época las baterías no eran tan completas ya que tenían Redo, bombo y hi hat  y tal vez un plato grande.
El que sí era de asistencia perfecta al igual que nosotros, Julio y yo, y siempre con su violín era don Maguna (No me acuerdo el nombre).Don Maguna era para nosotros un simpático y querible viejito porque ya era entrado en años y además le faltaba una pierna. Para caminar se ayudaba con un bastón y tenía una  “pata de palo” de verdad, definición popular empleada sin ningún sentido discriminatorio. Este inconveniente no le impedía para nada el tocar su violín, con mucha solvencia tocando de todo.
Roberto Garol era ejecutante de acordeón a piano.
Teníamos bastante trabajo pero no le hacíamos asco a pesar de que Julio estudiaba en la Escuela Industrial y yo en el Colegio Nacional. Esto era para nosotros una diversión pero realmente era prestar un servicio social para aquella gente que iba a bailar y pasarla bien, y lo bueno de todo esto era que era un servicio musical pago.
En la mayoría de los lugares eran con un patio de tierra para los bailarines y el conjunto no tenía un escenario o tarima sino que se acomodaba en una parte de dicho patio.
Con el correr del tiempo este tipo de ambiente tomó el nombre de “Bailanta”.
En el debut del conjunto, nuestro primer baile, comenzó todo bien, todo normal pero cuando comenzamos a tocar un pasodoble, don Maguna comienza a hacer un efecto percusivo con el violin. Esto es tocar detrás del puente y especialmente en la tercera cuerda para lograr este sonido, imitando a las castañuelas.
Al sentir ese sonido a Julio C le agarró un ataque de risa ya que no paraba de reírse (Entre paréntesis como se dice, el reírse a carcajadas y no perderse tocando es un gran mérito).Cuando  terminó el pasodoble le pregunté a Julio porqué se había reído tanto ya que una desastrosa perdida musical ,tocar a destiempo (bien cruzado) o consecuentes pifiadas no hubo, entonces me dijo que el efecto percusivo violinístico de don Maguna le pareció cómico porque parecían una cantidad de sapitos gritando en una laguna (croar de sapos).
En bailes posteriores cuando Julio C tenía ganas de reírse un poco le pedía a don Maguna que hiciera “el sonido de los sapitos”.
¡Grandioso el efecto sapito de don Maguna!